lunes, 15 de octubre de 2012

Viento ábrego







Capítulo 1.
La mujer mantiene fuertemente sujetas sus manos en los asideros de madera del pesado arado al tiempo que lucha contra la larga falda de su vestido que se enreda entre sus piernas a cada paso .
El viento del suroeste se deja notar en la fría tarde de invierno y consigue que escapen algunos mechones de su cabello que mantiene sujeto con un pañuelo negro atado en la parte superior de su cabeza.
Por fortuna para ella, el invierno ha sido generoso en lluvias y la tierra se encuentra bastante humedecida ahorrándole el molesto polvo que ocasiona el arado cuando esa misma tierra está hambrienta de agua.
Llega al final del surco y su mirada se dirige hasta el sol, bien visible ante la ausencia de nubes y que en aproximadamente media hora desaparecerá por el horizonte.
Da por concluida la jornada y desprende el pesado arado de la grupa del animal. El relincho de la mula castaña consigue arrancarle una sonrisa y le propina unos cariñosos golpes en uno de sus flancos.
Después busca en el abrigo de una pequeña mata el zurrón que contenía su comida para la jornada y lo cuelga de su hombro junto al pequeño cántaro con agua. Sujeta a la mula por la brida y emprenden juntas el camino de regreso a casa antes de ser sorprendidas por la oscuridad de la noche.
Dedica una última mirada al pedazo de tierra para hacer sus cálculos y llega a la conclusión de que todavía necesitará el día siguiente para dejar arado el campo en toda su extensión. El tiempo apremia y es conveniente comenzar la siembra cuanto antes.
El camino por el que van es abrupto y sinuoso, los alcornoques y las encinas dan paso poco más tarde a los extensos jarales y las zarzas que amenazan con estrechar más todavía el camino de por si tasado para permitir el paso de un animal y una persona.
Salen por fin a la llanura abandonando la sierra y a la luz incierta del atardecer puede observar la columna de humo que le indica la proximidad del hogar.
La Piedra Alta se alza orgullosa entre alcornoques y encinas, los enormes cañaverales que flanquean el pequeño riachuelo también son visibles desde la distancia y acelera el paso animando con una palmada a la mula que imprime de inmediato más rapidez a su paso cansino.
Ya en plena llanura enfila un camino más ancho y cuidado, totalmente alisado y flanqueado por árboles frutales, restos de jara y matas pequeñas de encina. Un kilómetro antes de llegar a la casa de piedra y a unos metros del camino se sitúa una modesta casa de adobe cuya chimenea lanza el humo en línea recta hasta el cielo.
Deja la brida de la mula y golpea la vieja puerta de madera esperando pacientemente que se abra. Tardan unos minutos en hacerlo y cuando lo hacen lo primero que ve son los ojos azules del hombre encorvado sobre si mismo y que ha menguado más de dos cuartas en su estatura original.
-¿Ya terminaste, Julia?.
-Sí, me voy para casa, ¿qué tal te has encontrado, Maximiliano?.
-Como siempre, ha soplado hoy el ábrego con ganas, ¿verdad?.
-Sí, menos mal que la tierra está húmeda y no ha levantado ventisca, me voy , no quiero llegar de noche.
Abre el zurrón que lleva colgado al hombro y extrae un pedazo de pan con un trozo de tocino en su interior acercándolo hasta el hombre que mueve pesaroso la cabeza en un gesto de negación.
-!Vamos, Maximiliano, cógelo¡.
-Trabajas todo el día como un animal y compartes conmigo tu comida, no es justo.
-Yo soy joven y estoy fuerte, cena y descansa.
Se despide de él presionando su brazo enjuto en el que ya no queda casi rastro del hombre fuerte y vigoroso que conoció. Su antaño formidable fuerza es ahora una extrema debilidad y sus brazos son puro hueso y piel.

Pincha en COMENTARIOS para continuar leyendo el resto del relato.